Cuentos de Peregrino

Un lugar de encuentro con los sueños y las fantasías...

miércoles, 28 de agosto de 2013

Noches de guardia



Paula había terminado sus estudios secundarios con excelentes calificaciones, como abanderada y con un promedio final de ¡9.97!  Perfectamente definida, inició su carrera de medicina donde tampoco tardó en destacarse, quizá influenciada y favorecida por su ascendencia: Hija del Jefe de Cirugía del Clínicas y de la Jefa de Neurocirugía del Hospital Español.
La relación con sus padres se reducía a unas pocas vacaciones y algunas cenas y almuerzos compartidos.  Había logrado profundizarla cuando se identificaron profesionalmente, a partir de entonces pudo tener abundantes charlas sobre técnicas, teorías o experiencias de la profesión. No es fácil describirla.  Fue una vieja joven pero, al mismo tiempo, con enormes ansias de devorar la vida.  Gozó de total independencia desde muy joven.  Esto la había llevado a recorrer a temprana edad  lugares como las ruinas de Machu Pichu o internarse en el altiplano, sin más compañía que la de  su mochila, iba en busca de aventuras, se desafiaba a si mismo comprobando cuanto era capaz de dar y lograr. En las montañas había percibido una energía que la reconfortaba.  Sentía como fluía y la vitalizaba. Disfrutaba de los lugares vírgenes, de largas charlas con los aborígenes bajo la luz de las estrellas…  Físicamente era muy atractiva: de estatura mediana, ojos color miel, nariz pequeña y respingada, largo cabello rubio ondulado y piel morena aterciopelada.  Tenía una expresión muy dulce y hablaba perfectamente inglés o francés, también dominaba el Portugués y el Italiano.  La lectura temprana y agotadora la habían obligado a lucir un par de pequeños lentes por sobre los que miraba acentuando su sensualidad.
Había comenzado con las prácticas profesionales y cumplía largas guardias en hospitales públicos.   Vivía situaciones que jamás hubiera imaginado, como aquella vez cuando apareció un individuo con un cuchillo tramontina que le atravesaba el maxilar superior.  Pronto comenzó a conocer el delgado hilo entre la vida y la muerte, allí sintió profundizarse esa necesidad de “gastar la vida” que siempre había sentido.  Recordó los momentos de reflexión en los funerales de sus abuelos, el “carpe diem” que se repetía mentalmente una y otra vez.  Recorría las salas y cumplía con las rutinas indicadas, sabía que cuando no había remedio, el mejor era el consuelo; el acompañar al paciente en su mejor tránsito hacia ese destino desconocido.
No podía evitar recorrer las salas de terapia intensiva.  Precisaba estar  donde la vida y la muerte luchaban permanentemente. Se preguntaba que morbo la llevaba a tener esta conducta. Pronto se le hizo hábito comenzar a llevar estadísticas: cuántos lograban sobrevivir contra cuántos habían sido vencidos.  Esta obsesión se hizo peligrosa.  Su profesionalismo le indicó concurrir a su analista en busca de ayuda. Por más de un año intentó encontrar la solución a esto que consideraba una obsesión peligrosa. Las sesiones se tornaron cada vez más tediosas e insoportables.  No la estaban ayudando.  Decidió terminar con ellas y afrontar la realidad: Continuaría haciendo lo que sentía.  Ahora lo haría sin miedo, sin aprehensiones. ¿O en definitiva no había estudiado para esto? ¿O acaso no era ello lo que le indicaba su vocación?
Sin darse cuenta traspuso este umbral y ya estaba recorriendo el siguiente: Se sentía tentada a acortar el sufrimiento de aquellos que no tenían esperanza de vida.  Se preguntaba repetidamente ¿quién era ella para arrogarse la potestad de la vida? Se respondía: Cuando no hay solución la más benévola e indolente es la mejor.  Todo un trauma.
Esa noche conoció el caso que cambiaría su vida: un chico de veintitrés años que estaba con una hepatitis fulminante por daños provocados por una vacuna vencida.  No lo podía entender.  
Se acercó y conversó con el.  Era tan afable e interesante que, sin notarlo, estuvo horas percibiendo su esencia, lamentándose no haberlo conocido antes.  Quedó atrapada, Nahuel era un joven estudiante de Ingeniería, morocho de ojos verdes; buen físico…y ahora todo desnudo y conectado en la sala de terapia intensiva a la espera de un transplante salvador…
Ya en su departamento intentó conciliar el sueño, era necesario recuperarse.  La imagen de Nahuel, su situación, ese encanto que transmitía no se lo permitieron.  Era nochebuena, su próxima guardia era dentro de dos días.  Quizá no lo volvería a ver… No soportó la idea, tomó el celular y cambió el turno, fue muy fácil; quien no deseaba quedarse en casa en vísperas de Navidad.
Ingresó a la sala y descubrió los destellos de alegría que brotaban de los ojos de Nahuel.  Le tomó la mano y continuaron conversando como si jamás hubieran dejado de hacerlo.  Sintió ternura y temor. Procuró distraerlo contándoles las vivencias de sus viajes.
Se interesó por el seguimiento de la búsqueda de un donante.  Sospechaba que se estaba creando una vinculación que no podría ser… No podía evitar volver a verlo, charlar con él… Seguir descubriéndolo, hacerle sentir que debía aferrarse a la vida. La posibilidad del transplante era remota.  Sin él no tenía posibilidades de recuperarse.  Si bien todavía estaba lúcido y medianamente íntegro, las expectativas de vida no iban más allá de las setenta y dos o noventa y seis horas, en el mejor de los casos. Volvió, consciente o no, se acercó demasiado, él levantó su brazo y lo desplazó suavemente por su cabellera.  Reaccionó inmediatamente.  En ese segundo luz, pasaron mil situaciones e historias, sus ex parejas, las caricias que no tuvo de sus padres; el abuso que había sufrido cuando chica… Se contuvo, sabía que lo podía ayudar, además le agradaba.  Volvió a tomar su mano y lo ayudó a acariciarla… Siguió un beso… estaban solos… subió a la camilla… No podía creer lo que estaba haciendo… No lo pensaría, solo viviría el momento.  Así fue, totalmente intenso, gozó y disfrutó como si nada sucediera… A pesar que había sucedido lo mejor…
Bajó, acarició su frente, la mirada de Nahuel lo decía todo.  Lo dejó y la dejó… En pocos días más confirmaría que, a su manera, había burlado a la muerte otra vez y que Nahuel continuaría viviendo a través suyo por una generación más…
                                                                                          Peregrino


sábado, 17 de agosto de 2013

Gema




Los frutos de los árboles de Tesoro eran muy particulares: daban diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros azules, entre otros.  Producían todo el año y, periódicamente, los habitantes de este principado  los canjeaban con los de pueblos vecinos por todos los objetos que precisaban.  Por ello, no necesitaban trabajar; solo se dedicaban a regar y abonar sus plantas.  También había generado que tuvieran todo el tiempo para el ocio, que se aburrieran y que la pereza pronto viniera acompañada de la tristeza…
Hacia muy poco que Gema conducía los destinos de Tesoro, aún así; y siendo tan joven, sentía que debía cambiar esta situación.  Estaba convencida que la comodidad y la riqueza que los rodeaban no eran suficientes para una existencia plena.
Recordaba haber soñado el rostro de una persona que dibujaba un raro gesto: levantaba los extremos de sus labios produciendo una comisura, una pequeña hendidura cercana a los extremos.  El placer que le produjo ver tal imagen, desconocida para ella y para los habitantes de su principado, la habían tentado a imitarla.  Procuraba copiar  lo que había visto, percibiendo que cuando lo lograra, habría alcanzado la llave del cambio que quería impulsar.
Luego de fracasar en sus intentos recordó que, siendo niña, vio el gesto en  uno de los habitantes de un pueblo vecino que venía a canjear sus productos.  Se dirigió entonces al mercado y comenzó a hurgar en el rostro de todos los visitantes.  Miró y volvió a mirar sin éxito.  Decidió, entonces, llegarse hasta Zota, un pueblo vecino donde vivía Braulia, una brujita con mucha fama por los alrededores.
Preparó su sequito, eligió los mejores frutos de sus propios árboles y los cortó para ofrendárselos a La Doña, como le decían por sus lares… 
Cuando Gema le relató a la Brujita lo que estaba buscando ella le respondió con el mejor de los gestos, uno de esos que estaba procurando, le dijo que le decían sonrisa y que había algo superior que se llamaba risa.  En vano Gema intentó imitarla.  Fue entonces cuando Braulia le enseñó una técnica infalible: Posó sus dedos sobre los costados de su cuello y comenzó a rascar suavemente sobre la superficie, hizo lo mismo con los laterales de su estomago y la Princesa estalló en la mejor de las carcajadas.
Esta técnica mágica aplicada en los habitantes de Tesoro provocó el cambio que Gema buscaba. Y no solo eso, misteriosamente y, vaya uno a saber porque o por quien… Los árboles dejaron de producir piedras preciosas para dar los mejores y más naturales frutos. 
Podrá parecer extraño, pero los habitantes de Tesoro, atrapados por el placer de la risa que les provocaba las cosquillas que se hacían en sus momentos de descanso no añoraron el cambio…


                                                     Peregrino
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...