Lucia siempre impecable, no podía ser de otra manera
teniendo a quien tenía como asistente.
El era quien se ocupaba de zurcir delicadamente las telas rasgadas por
el maltrato sufrido. De mantener bajo siete llaves el secreto de los suaves y
disimulados toques de maquillaje que ocultaran las consecuencias de prolongadas
noches de lujuria.
Sus habilidades, mucho más allá de las requeridas para
un simple mayordomo, se extendían al mantenimiento del vehículo. Pasaba horas reparando las abolladuras,
retocando la pintura o lavando y sacando brillo a la carrocería para que
luciera como debía.
El mayor esfuerzo, lo que le requería una entrega
total, casi sobrehumana; estaba dado por el apoyo psicológico: Afectado por una
profunda depresión y abrumado por el rol que le habían asignado, Alfred lo alentaba constantemente logrando que luciera
impecable.
Ni hablar de la aparición de rasguños profundos: sabía
que tenía que actuar rápido, antes que el descubrimiento de la herida le
hiciera ver la sangre; acontecimiento que le provocaría un desmayo inmediato
¡con lo que le costaba levantarlo! Menos mal que con la dieta hipocalórica
había logrado reducirle el sobrepeso que lo hacía lucir como un murciélago
embarazado.
Resignado, sabía
que podría descansar por algunos momentos cuando su amo, convocado por la imagen proyectada en el firmamento;
acudiera a cumplir con la hazaña y el rol que le habían asignado.
En medio de la oscuridad permanente de la ciudad el
héroe continuaría cumpliendo los mandatos que le prescribiera su creador.
Alfred acompañaría en silencio rogando que, al menos, algún día no tuviera que
plancharle la capa…
Peregrino