Caso
I:
Solo
relájense y viajemos juntos. Volvemos de San Vicente, luego de un hermoso día
de campo. El viejo camino de “Las latas”
es un buen atajo para reducir el trayecto. Tiene un corto trecho que cruza un
poblado de casas bajas, se hace necesario aminorar la marcha.
A la
distancia; muy lejos, se ve algo sobre el asfalto. La silueta comienza a tomar
forma y se distingue un cuerpo. Comienzan las elucubraciones:
-Está
loco
-O
drogado
-Cuidado,
puede ser una trampa…
El
cuerpo se mueve, dentro del auto comienza a reinar la incertidumbre. Se
incorpora, ahora se ve perfectamente. Vuelve a tirarse, se para nuevamente y nos muestra a su cachorro
seguramente impactado por otro vehículo.
Se vuelve a tirar, abrazándolo.
Lo esquivo, lloramos todos…
Caso
II:
Otra
vez en al auto, de regreso de un hermoso almuerzo. Circulamos por la Avenida
Pte. Perón, aparece una estación de servicio sobre la derecha, buena
oportunidad para recargar combustible.
Por
la vereda de la calle que baja a la avenida pasa un ciego con un bastón blanco
que tiene una ruedita en el extremo.
Llama la atención, lo de la ruedita, digo.
Completo
la carga, pago y salgo de la estación girando a la izquierda para retomar la calle que me lleva nuevamente al camino, me
detiene el semáforo en rojo. De pronto un chiquillo descalzo corre sobre el
asfalto desafiando los cincuenta grados y la luz verde.
-¡Está
loco!
-¡No
tienen conciencia, desafían la vida!
El
semáforo cambia, nos da paso. Veo pasar al chiquilín llevando de la mano al no
vidente para facilitarle el cruce de la avenida…
Peregrino