El clima
en Vinchina era tan duro como la
vida. Para lo que un
citadino era la nada para ellos lo era todo.
Su vínculo con la tierra era suficiente para vivir y sobrevivir. Con sus hábitos y costumbres, con esos
parentescos muchas veces inventados y otras productos de incestos indultados…
La habían
bautizado cariñosamente “Cuqui” vaya a saber en el origen de que palabra mal
pronunciada. Cuando le dijeron que
tendría que viajar hacia Buenos Aires le provocaron una herida que ella soportó
silenciosamente para no profundizar el desgarro y, porque en ese ambiente las
palabras rompían la monotonía del silencio que se había incorporado a sus vidas,
tanto como el televisor a las nuestras.
El pueblo
no daba más posibilidades que perdurar.
Sus padres pensaron que alojándola en la casa de unos conocidos ella
podría ayudar con las tareas de la casa y con el tiempo buscarse un mejor
trabajo y quizá la posibilidad de estudiar, así a los quince años dejó sus padres
y hermana y se instaló en un ambiente desconocido.
Al
principio le costó mucho. Otras
costumbres, gente desconocida, un baño con ducha, inodoro y videt; pisos,
colchones, sabanas, gas, electricidad…Creció y fue una “muchacha” con suerte
porque el “señorito” de la casa se enamoró de ella y formó su familia, añoró su
terruño y deseó volver a ver a su madre aquella con la que no había vuelto a
tener ningún contacto porque simplemente no podían hacerlo porque no tendría quien le leyera las cartas
que su hija podría haberle escrito.
La vio
vieja, claro; pensó: ¡sí habían pasado
cinco año sin verla!. Esa gente lleva la
marca del sol y la falta de humedad, esas que te agregan años en apariencia y
te los restan de vida. No obstante disfrutó todo lo que pudo la estadía que
finalizó con un abrazo interminable para imprimir esa sensación de afecto que,
a distancia, iba a hacerles falta.
A pesar
de las ocupaciones y la rutina no dejaba de dar vueltas en su cabeza esa imagen
que la había impactado. Fue tan profunda
que le empezó a generar otros pensamientos asociados a que su madre tenía ahora
setenta y cinco años, y ella veinte…¿A qué edad la había concebido? ¿Habría
sido posible en un ambiente tan hostil donde los ciclos naturales son muchos
más cortos…? La duda fue creciendo tan
fuerte y tan hondo que se propuso charlar con su madre la próxima vez que la
visitara.
No tuvo
suerte. La vida, o más bien la muerte,
no le dio la posibilidad de hacerlo.
Sólo pudo estar a su lado lamentándose por su ida y por no haberle
podido hacer la pregunta que le corroía el alma. Pero tenía una alternativa: su hermana. Sí
aquella, que también probando mejor suerte, había viajado a España y con quien
sí se mantenía en contacto por correspondencia.
Al tiempo
que le comentaba la lamentable muerte de su madre, le comentaba la duda que le
había empezado a corroer el alma. ¿Quién
no ha pensado alguna vez que es hijo adoptivo? Ahora Cuqui estaba casi
convencida y quizá su hermana mayor tendría la respuesta…
Ansiosa
desgarró el sobre destruyendo el timbrado de Andalucia en la búsqueda de la
respuesta que ansiaba. Su hermana le
respondía que podría ayudarla pero no por carta. Cuando tuviesen la oportunidad de encontrarse
personalmente le contaría lo que sabía.
Ahora
tenía más motivos para dudar. Luchó y se
esforzó por juntar dinero para viajar a España, volver a ver a su hermana y
encontrar la respuesta a su drama.
Llegó el
momento esperado y después de un viaje agotador estaba en la sala de desembarco
esperando su equipaje y mirando a través del vidrio en busca de su pariente. Al verla no pudo esperar, salió; se abrazaron
profundamente y mientras su hermana le tomaba la cabeza, con su cara pegada a
la mejilla le susurró tiernamente a su
oído “hija”. Le temblaron las piernas y
sintió que se desvanecía, mientras las lágrimas expresaban el dolor adormecido
de años de incertidumbre alcanzó a balbucear un desgarrador “Madre”…
Peregrino
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