Allí estaba, una vez más,
leyendo el periódico y esperando el aviso de embarque cuando un aroma a fresias
desvió su atención. Entre la parte
superior de la página del diario y su máximo ángulo de visión se desplazaba una
hermosa tela violácea escoltada por un desfile de cabellos rojizos al
viento… Semejante conjunción lo forzó a
levantar la mirada y verla completamente: Alta, esbelta, larga cabellera, ojos
verdes coronados por un par de lentes ejecutivos. Portafolio en mano se desplazaba como por una
pasarela… Su sorpresa se completaría,
más tarde; al comprobar que la azafata
le indicaba el asiento contiguo…
El
decolaje fue sereno y luego de agradecer el cambio de pasillo por ventanilla la
conversación comenzó a desarrollarse como si fueran viejos conocidos. Ambos
estaban en viaje de trabajo y compartían destino: Chapelco.
Un breve
temblor de los recipientes sobre las bandejas de desayuno y el aviso de
cinturones de seguridad rompieron la armonía y comenzaron a hacer preveer el
anuncio del ingreso a zona de turbulencias… Habían perdido la visión de la
inmensa alfombra cuadriculada en diversas tonalidades de verdes y marrones y la
del celeste infinito. Ahora todo era
nubes y, cada tanto, un resplandor seguido de un poderoso estruendo. En estas situaciones la posición a la altura
de las alas no es la más conveniente, simplemente porque eso que nos da la
seguridad del sustento comienza a dar la peor sensación de fragilidad. Fue en ese momento que, concientes o no;
ambos se aferraban fuertemente de las manos.
Sujetándose de tal manera que ni siquiera el dolor que provocaba la
presión de las alianzas impidió que continuaran así. Por pericia del piloto y porque así estaba
escrito, luego de media hora las condiciones volvieron a normalizarse. Pero ellos continuaban tomados de sus manos y
ninguno intentó desanudar aquello que el destino, las coincidencias,
causalidades ¡Vaya a saber que…! parecían haber atado. Fue allí cuando Juanjo le preguntó el nombre,
y tuvo como respuesta: "X; llámame X..." Unos suficientes segundos de (sugerente) silencio y luego:
“Ximena”… Comprendió inmediatamente; por
ello respondió: "Yo me llamo Y…"(breves segundos…), "Yoel… " El juego había
comenzado. Continuó con los datos del
destino y otra sorprendente coincidencia: Se alojarían en el Hostal del Sol… No
fue necesario coordinar nada. Luego de una agotadora jornada de trabajo
compartieron la cena, el café en el jardín a la luz de las estrellas, la
habitación, la almohada, la alfombra y el vértigo del sexo más feroz e interminable,
aquel que hubiera hecho sonrojar hasta a Arjona…
Cada uno
de los siguientes cinco días volvió a repetirse
esa secuencia que parecía escrita de antemano, no había búsquedas, solo
encuentros. Nadie se atrevió a hablar de sus vidas, solo existieron ellos y sus
momentos; como si la tormenta se hubiera prolongado en una agonía que hiciera
preveer el fin para ambos, aquel que les anunciaba que estaban el uno para el
otro: allí y ahora. ¿Después…? ¿¡Quién se atrevería ahora a pensar en el
después…?!
Las coincidencias
llegaron hasta el vuelo de regreso, esta vez en asientos separados, como
previendo el final de tantas casualidades…
El hall
de desembarco, otra vez la soledad antes del reencuentro; el de cada uno con
los suyos… Ellos serían siempre el recuerdo del
casual y maravilloso encuentro entre X e Y…
Peregrino