Cuentos de Peregrino

Un lugar de encuentro con los sueños y las fantasías...

domingo, 16 de octubre de 2016

Madre



El clima en Vinchina era tan duro como la vida.  Para lo que un citadino era la nada para ellos lo era todo.  Su vínculo con la tierra era suficiente para vivir y sobrevivir.  Con sus hábitos y costumbres, con esos parentescos muchas veces inventados y otras productos de incestos indultados…
La habían bautizado cariñosamente “Cuqui” vaya a saber en el origen de que palabra mal pronunciada.  Cuando le dijeron que tendría que viajar hacia Buenos Aires le provocaron una herida que ella soportó silenciosamente para no profundizar el desgarro y, porque en ese ambiente las palabras rompían la monotonía del silencio que se había incorporado a sus vidas, tanto como el televisor a las nuestras.
El pueblo no daba más posibilidades que perdurar.  Sus padres pensaron que alojándola en la casa de unos conocidos ella podría ayudar con las tareas de la casa y con el tiempo buscarse un mejor trabajo y quizá la posibilidad de estudiar, así a los quince años dejó sus padres y hermana y se instaló en un ambiente desconocido.
Al principio le costó mucho.  Otras costumbres, gente desconocida, un baño con ducha, inodoro y videt; pisos, colchones, sabanas, gas, electricidad…Creció y fue una “muchacha” con suerte porque el “señorito” de la casa se enamoró de ella y formó su familia, añoró su terruño y deseó volver a ver a su madre aquella con la que no había vuelto a tener ningún contacto porque simplemente no podían hacerlo  porque no tendría quien le leyera las cartas que su hija podría haberle escrito.
La vio vieja, claro; pensó: ¡sí  habían pasado cinco año sin verla!.  Esa gente lleva la marca del sol y la falta de humedad, esas que te agregan años en apariencia y te los restan de vida. No obstante disfrutó todo lo que pudo la estadía que finalizó con un abrazo interminable para imprimir esa sensación de afecto que, a distancia, iba a hacerles falta.
A pesar de las ocupaciones y la rutina no dejaba de dar vueltas en su cabeza esa imagen que la había impactado.  Fue tan profunda que le empezó a generar otros pensamientos asociados a que su madre tenía ahora setenta y cinco años, y ella veinte…¿A qué edad la había concebido? ¿Habría sido posible en un ambiente tan hostil donde los ciclos naturales son muchos más cortos…?  La duda fue creciendo tan fuerte y tan hondo que se propuso charlar con su madre la próxima vez que la visitara.
No tuvo suerte.  La vida, o más bien la muerte, no le dio la posibilidad de hacerlo.  Sólo pudo estar a su lado lamentándose por su ida y por no haberle podido hacer la pregunta que le corroía el alma.  Pero tenía una alternativa: su hermana. Sí aquella, que también probando mejor suerte, había viajado a España y con quien sí se mantenía en contacto por correspondencia.
Al tiempo que le comentaba la lamentable muerte de su madre, le comentaba la duda que le había empezado a corroer el alma.  ¿Quién no ha pensado alguna vez que es hijo adoptivo? Ahora Cuqui estaba casi convencida y quizá su hermana mayor tendría la respuesta…
Ansiosa desgarró el sobre destruyendo el timbrado de Andalucia en la búsqueda de la respuesta que ansiaba.  Su hermana le respondía que podría ayudarla pero no por carta.  Cuando tuviesen la oportunidad de encontrarse personalmente le contaría lo que sabía.
Ahora tenía más motivos para dudar.  Luchó y se esforzó por juntar dinero para viajar a España, volver a ver a su hermana y encontrar la respuesta a su drama.
Llegó el momento esperado y después de un viaje agotador estaba en la sala de desembarco esperando su equipaje y mirando a través del vidrio en busca de su pariente.  Al verla no pudo esperar, salió; se abrazaron profundamente y mientras su hermana le tomaba la cabeza, con su cara pegada a la mejilla le susurró  tiernamente a su oído “hija”.  Le temblaron las piernas y sintió que se desvanecía, mientras las lágrimas expresaban el dolor adormecido de años de incertidumbre alcanzó a balbucear un desgarrador “Madre”…



                                                                                  Peregrino  


domingo, 22 de mayo de 2016

Las Minas



Por aquellos tiempos las barras del barrio eran un mosaico de nacionalidades, en la nuestra, tal como en el resto; no faltaban “el tano”, “el gallego” y “el ruso”.  En este caso yo era el nativo.  Simplemente me conocían por el apodo “Zoquete” (por lo cortito).
La principal diversión era el fútbol de potrero.  Con algo de esfuerzo habíamos logrado comprar unas remeras a las que le hicimos coser unas cintas azules (nunca falta una abuela costurera) y hasta le pusimos nombre al equipo “C.A.D.A”. Club atlético Deportivo Argentino.  Porque si teníamos un equipo de fútbol también teníamos un club ¿o no?
Casi pisando la adolescencia las actividades empezaron a cambiar.  Las hormonas nos acosaban y, realmente, no nos dejaban descansar en paz.  Habíamos comenzado a salir por las noches, y si bien nos alentábamos mutuamente, no lográbamos concretar nada.   Quizá nos veían muy chicos, ¡a pesar que ya nos afeitábamos casi una vez por semana!
La solución pareció aparecer a través de Armando (el ruso).  El había empezado a trabajar en el taller del hermano en Pompeya y, según nos confió secretamente, había conocido a una chica que conocía a otras chicas, y que parecía que eran medio “combatientes” y que si podía nos iba a ayudar arreglando una salida.  Imagínense, nos empezamos a hacer la película y como éramos cuatro, los delirios iban creciendo en espiral.  Es que la imaginación daba para cualquier cosa y el que tenía la mejor creación era el más “piola” porque esos delirios entre nosotros no eran más que realidades posibles no tan difíciles de concretar.
No recuerdo exactamente cuando nos dijo que lo había logrado.  Lo que sí se es que nos lo comentó un domingo y el encuentro sería el sábado de la próxima semana.  Fue a Enrique (el tano) a quien se le ocurrió que teníamos que llevar profilácticos ¡como es que ninguno de los otros se había dado cuenta…! Había que ir preparados.  Claro, ahora el tema era quien los iba a comprar y donde… Por suerte Jito (el gallego), dijo saber que en el kiosco del viejo “olorapatas” (sí, lástima que por este medio no puedo hacerles llegar el aroma para que lo experimenten) pero el negocio tenía el apodo bien ganado.
Ubicado el lugar faltaba el candidato: ¿quién los compraría?  Nadie quería hacerse cargo y, por supuesto, cuando nadie quiere todos van… Así que así cumplimos nuestra primera experiencia comercial casi sexual.  Todavía tengo en mi mente la imagen sorprendida del anciano y también la forma en que se estiraba sobre el armario para agarrar la caja, que por supuesto no estaba en exhibición.
Con las mejores ropas, bañados, perfumados y “equipados” emprendimos la travesía.  Sí, bien digo, la travesía porque hacer ese viaje en los desvencijados micros de la “verde” rebotando por las calles adoquinadas era eso.  No obstante, el entusiasmo podía más, y no dejábamos de delirar imaginando lo bien que nos podría ir.
Bajamos después del puente de Pompeya, casi frente al restaurant “La blanqueda” donde almorzaba Armando.
-Es aquí cerca, quedamos en encontrarnos en la otra esquina.
Y allí fuimos acelerando los pasos y agudizando la vista.  Cuando llegamos a la esquina el ruso nos dijo que era allí y sacó un lápiz de su bolsillo, lo quebró en cuatro partes y nos dijo.
-Tomen muchachos: una mina para cada uno…
Creo que las puteadas estuvieron en la punta de nuestras lenguas, pero; creo también que el ingenio de este atorrante nos había sorprendido tanto que, recordando inmediatamente que solíamos gastarnos bromas, reconocimos que nos había superado a todos…..


                                                                                               Peregrino

sábado, 7 de mayo de 2016

Hormiga Negra

Siempre los apodos representan algún aspecto de las personas “agraciadas” que las caracteriza. En este caso, lo de hormiga venía por lo pequeño; laborioso (y no sólo restringido al ámbito laboral, sino también en el aspecto constante: de empeño, insistencia. Un “denso” en el vocabulario habitual) Por  último, su tez morocha y ojos negros terminaban de completar las atribuciones del mote.
El otro (en este caso LA otra) personaje de esta historia era “La Negra”.  También podrían haberle puesto “la bomba”, porque no solo era lo más atractivo conocido hasta el momento en la oficina, sino que; además, era sumamente explosiva.  Tenía tan buena figura como mal carácter, así había logrado generar distancia y respeto entre quienes se veían atraídos por su belleza. 
De cuerpo perfecto, de esos cuyos atributos posteriores impiden que los hombres dejen de mirarlo hasta que desaparece en el horizonte. Con un cabello negro azabache hasta la cintura y un flequillo que le cubría los ojos a, punto tal que uno no se explicaba como lograba ver a través de él. El zezeo al hablar y un sensualidad afinada  provocaban el combo irresistible para los hombres: era a la vez una bebota y un “minón”.  Sus explosiones de ira no eran habituales, pero eran precisas y efectivas.  Tenía la palabra justa en el momento exacto y sabía cómo lastimar, si tenía que hacerlo.
Todo transcurría normalmente hasta que la Negra fue transferida a Contaduría General, sí allí en el mismo sector en el que trabajaba la hormiga…
Al principio la hormiga (Héctor), pareció tomar distancia y respetar los antecedentes que bien se había ganado su compañera.  Todo transcurrió normalmente hasta que llegó el primer cierre del mes, ese día todo el mundo cola en silla y nadie se mueve hasta que el balance queda terminado…Solían ser largas noches con prolongados momentos de espera que hasta ahora habían sido matizados por las ocurrencias de Héctor y su incansable vocabulario inagotable, pero ahora estaba la negra (Elda) y a Héctor no se le ocurrió mejor idea que comenzar a distraerla con sus chascarrillos… Al principio se limito a girar su cabeza. A  distancia, parecía que le hundía sus ojos en la frente aunque solo lograra mostrarle el flequillo que los cubría. Luego; raro en ella, comenzó a advertirle que parara que no estaba dispuesta a seguir tolerando sus humoradas. Pero, por algo la hormiga se había ganado su apodo, siguió y siguió hasta que Elda se levantó y se paró frente a su escritorio.  Apoyando sus dos manos sobre el borde comenzó a despachar todo su poder verborrágico sobre el pequeño.  Héctor parecía fundirse en su sillón y procuraba tomar distancia empujándolo hacia atrás sin darse cuenta que el vidrio de la oficina del Gerente se lo impedía.   Sus ojos pestañeaban al compás de un S.O.S. o por lo menos esa era la sensación que transmitía.  Un sórdido “ayúdenme” llegaba a las mentes de quienes lo rodeábamos algunos dispuestos a hacer nada  y otros pensando que debía hacerse cargo de la tragedia que había provocado…
Ante un discurso inigualable, que subía de tono y tendía a ponerse exasperante; la hormiga estaba quedando reducida a la nada casi completamente hundido en su sillón, mientras la negra motivada comenzaba a lucir un color casi rojizo morado en su rostro…hasta que del ingenio del personaje surgió la famosa frase:
-Perdón…, de coger ni hablar ¿no…?
Fue como si un formula uno viniera a doscientos kilómetros por hora y de pronto se detuviera.  Sacudida por el ingenio del morocho, la negra solo optó por darse vuelta y retirarse regalándonos en su ida el mejor paisaje, el silencio pacificador y cómplice del triunfo del más débil y una de las mejores anécdotas de trabajo…


                                                                                         Peregrino

jueves, 4 de febrero de 2016

Imponderables



Se juraron pasión eterna,  convencidos que ninguna circunstancia podría afectar su relación.  Presurosos buscaron un candado grande, así como el tamaño de su cariño.  Corrieron a colocarlo en el puente del amor, seguros que su fortaleza y permanencia les garantizaba la eternidad.
Poco tiempo después, la relación atravesaba una profunda crisis. Decididos, fueron con sus llaves a recuperar el candado y desandar el camino…
Intentaron una y otra vez y tantas otras fracasaron. Quizá la humedad, la corrosión, el paso del tiempo, las llaves dañadas…   No lo sabían, pero tenían la certeza de que este imponderable les impediría concluir lo que parecía tener destino final...
Se alejaron caminando lentamente, cabizbajos, tomados de las manos… No les quedaba opción, el candado continuaba más firme que nunca…

                                                                              Peregrino
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