Cucho
vivía los tiempos del destiempo mientras transitaba sus lugares preferidos: los
bosques del sur. Conversaba con las aves
mientras se desplazaba a gusto en busca de los frutos brillantes, esos que
reflejaban la luz de la
luna. Había dejado de
pasar por los lugares habitados, su estela azul violácea y orejas puntiagudas
no encajaban allí.
Era noche
de brujas y mientras se preparaba a dormir sobre un colchón de hojas doradas,
sus preferidas por lo crujientes, se presentó Anadón; el señor de todos los
duendes. Con voz firme y esgrimiendo el
palo que portaba de bastón le indicó presentarse en el Orfanato de los Niños
del Sol
-¿Y que
debo hacer mi Señor…? Balbuceó Cucho
-Solo
obedecer, luego tú sabrás responder…
Cucho ya
había olvidado que el Señor de los duendes se expresaba en rima, hacia muchas
lunas que no lo veía.
-Pero
Señor… ¡la estela me delatara…; y mi aspecto…!!!
Anadón
guiñó un ojo y Cucho vio desaparecer su estela, luego guiño el otro y sintió un
pequeño movimiento en sus orejas.
-Ve con
pasión a cumplir tu misión… Estarás oculto a los adultos.
Pronunciadas
éstas palabra desapareció convirtiéndose
en una variedad de pájaros multicolores
que comenzaron a volar indicándole el camino.
Contento
por asemejarse a los niños que tanto quería y pensando que podría jugar y
divertirse con ellos, caminó senderos, cruzó montañas y ríos y comenzó a
ingresar en una comunidad que percibía tan fría y dura como los adoquines que había comenzado a pisar.
Traspasó las paredes del orfanato sin mayores
inconvenientes, solo tuvo que sacudir un poco de moho que había quedado
impregnado en su hombro. Luego se
confundió, como uno más, entre los niños; total los mayores no podrían verlo
por la gracia que le había conferido Anadón.
En solo
dos días había sufrido más que en toda su existencia. Los chicos estaban bien alimentados, vestidos
y abrigados; pero la indiferencia reinaba en ese lugar. No existían el beso, el abrazo, tampoco el reconocimiento. Todo eran instrucciones y cumplimiento de
reglas. Los cumpleaños se festejaban y
luego de cantar el cumple feliz se soplaban las velitas, pero no se pedían los
tres deseos. ¡Así los duendes se quedarían sin trabajo…!!!
¡¿Cómo
resolver esta cuestión…?! Cucho pensó y
repensó hasta que una estrella fugaz que cruzó el cielo le anunció la solución
que pondría en práctica en breve…
A la
mañana siguiente, el encargado del lugar, cada uno de los preceptores, cocineros y auxiliares del hogar despertaron
encontrando un libro de cuentos infantiles sobre su mesa de luz. La sorpresa se completó cuando, al dirigirse
al baño para lavarse los dientes se miraron al espejo: ¡lucían una enorme y
redondeada nariz roja y una abultada cabellera blanca enrulada…!!!
No tuvo
que pasar mucho tiempo para que se
dieran cuenta que con ese aspecto no podrían hacer otra cosa que jugar y
compartir con los niños, pero fue recién cuando comenzaron a leerle los cuentos
que las narices y el cabello comenzaron a normalizarse.
Cucho
supo que había cumplido con su misión con éxito cuando notó que los adultos
seguían con asombro los dibujos de la estela violácea que había vuelto, esta
vez mucho más brillante, a flotar en su entorno…
Peregrino