Cuentos de Peregrino

Un lugar de encuentro con los sueños y las fantasías...

sábado, 11 de agosto de 2012

Cucho




Cucho vivía los tiempos del destiempo mientras transitaba sus lugares preferidos: los bosques del sur.  Conversaba con las aves mientras se desplazaba a gusto en busca de los frutos brillantes, esos que reflejaban la luz de la luna.  Había dejado de pasar por los lugares habitados, su estela azul violácea y orejas puntiagudas no encajaban allí. 
Era noche de brujas y mientras se preparaba a dormir sobre un colchón de hojas doradas, sus preferidas por lo crujientes, se presentó Anadón; el señor de todos los duendes.  Con voz firme y esgrimiendo el palo que portaba de bastón le indicó presentarse en el Orfanato de los Niños del Sol
-¿Y que debo hacer mi Señor…? Balbuceó Cucho
-Solo obedecer, luego tú sabrás responder…
Cucho ya había olvidado que el Señor de los duendes se expresaba en rima, hacia muchas lunas que no lo veía.
-Pero Señor… ¡la estela me delatara…; y mi aspecto…!!!
Anadón guiñó un ojo y Cucho vio desaparecer su estela, luego guiño el otro y sintió un pequeño movimiento en sus orejas.
-Ve con pasión a cumplir tu misión… Estarás oculto a los adultos.
Pronunciadas éstas palabra  desapareció convirtiéndose en una variedad de pájaros  multicolores que comenzaron a volar indicándole el camino.
Contento por asemejarse a los niños que tanto quería y pensando que podría jugar y divertirse con ellos, caminó senderos, cruzó montañas y ríos y comenzó a ingresar en una comunidad que percibía tan fría y dura como  los adoquines que había comenzado a pisar.
 Traspasó las paredes del orfanato sin mayores inconvenientes, solo tuvo que sacudir un poco de moho que había quedado impregnado en su hombro.  Luego se confundió, como uno más, entre los niños; total los mayores no podrían verlo por la gracia que le había conferido Anadón.
En solo dos días había sufrido más que en toda su existencia.  Los chicos estaban bien alimentados, vestidos y abrigados; pero la indiferencia reinaba en ese lugar.  No existían el beso,  el abrazo, tampoco el reconocimiento.  Todo eran instrucciones y cumplimiento de reglas.  Los cumpleaños se festejaban y luego de cantar el cumple feliz se soplaban las velitas, pero no se pedían los tres deseos. ¡Así los duendes se quedarían sin trabajo…!!!
¡¿Cómo resolver esta cuestión…?!  Cucho pensó y repensó hasta que una estrella fugaz que cruzó el cielo le anunció la solución que pondría en práctica en breve…
A la mañana siguiente, el encargado del lugar, cada uno de los preceptores,  cocineros y auxiliares del hogar despertaron encontrando un libro de cuentos infantiles sobre su mesa de luz.  La sorpresa se completó cuando, al dirigirse al baño para lavarse los dientes se miraron al espejo: ¡lucían una enorme y redondeada nariz roja y una abultada cabellera blanca enrulada…!!!
No tuvo que pasar mucho  tiempo para que se dieran cuenta que con ese aspecto no podrían hacer otra cosa que jugar y compartir con los niños, pero fue recién cuando comenzaron a leerle los cuentos que las narices y el cabello comenzaron a normalizarse.
Cucho supo que había cumplido con su misión con éxito cuando notó que los adultos seguían con asombro los dibujos de la estela violácea que había vuelto, esta vez mucho más brillante, a flotar en su entorno…


                                                      Peregrino
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