El Anticuario

La inercia lo llevaba
al viejo plumero, luego, como el mejor de los esgrimistas; quitaba el
polvo sobre la vieja Underwood, el reloj de pie y el resto de los objetos.
En los momentos de plena soledad, cada vez más frecuentes,
y asegurándose que nadie lo viera; desataba
su formalismo y se permitía jugar con algún desvencijado teléfono. Solía pedirle a la operadora que lo
comunicara con Esther, claro la operadora ya no existía y Esther lo miraba
desde el infinito lamentando no poder acompañarlo…
Hoy era un día especial, por ello se daría el lujo de
volver a usar esa vieja máquina. Sí,
aquella con la que solía escribir viejos poemas de amor a su pareja.
Tanteó debajo del mostrador y, sin mirar, dio con la hoja
que precisaba. La introdujo, giró el rodillo y cuando estaba a punto de descargar
su angustia sobre el teclado la campanilla de la puerta le anunció el ingreso
de un cliente. Giró presuroso en busca de esa venta que tanto precisaba. Fue inútil.
Debería haber sido el viento, o quizá alguien que intentó ingresar y se
arrepintió antes de hacerlo… Volvió para
completar su cometido. No lo pudo lograr. Inmóvil y perplejo pudo leer:
¡Feliz Cumple! Esther…
Inútilmente buscaría una justificación, su mente no estaba
preparada para comprender aquello que no la tiene. En tanto, quitaría la vieja máquina de
escribir de la venta y la dejaría con una hoja puesta; por las dudas…
Peregrino