Cuentos de Peregrino

Un lugar de encuentro con los sueños y las fantasías...

martes, 9 de abril de 2013

La luz (Edición completa)






     Hubo informes científicos que daban cuenta que esta zona había estado bajo el agua por mucho tiempo.  No teníamos ninguna evidencia de ello, ni la necesitábamos.
     En Zota lo teníamos todo.  Desde la inmensidad hasta la escasez de habitantes.  De acuerdo a datos del último censo realizado por Don Ramiro, el Maestro; sobrevivíamos a la soledad poco más de ochenta habitantes distribuidos en dieciocho manzanas.
     Hasta el clima nos favorecía:  Cortos inviernos y veranos, prolongadas primaveras y otoños.  Poca lluvia, escaso viento.  Microclima, dirían los expertos.
     Típico pueblo de campo, con una plaza central rodeada por el edificio Municipal, (con Don Ramiro como intendente) y la comisaría (con Don Ramiro como comisario).  Sí, al principio se había resistido, semejante concentración de responsabilidades era una carga enorme para él.  Además, no se concebían la suma del poder político y de policía; pero la opinión popular pudo más.  Y allí estaba Don Ramiro, durmiendo el sábado o el domingo cuando el sargento primero hacía doble turno y lo relevaba de ésta función.  De las otras dos lo liberaban la secuencia semanal: los fines de semana no daba clases y las puertas del Municipio permanecían cerradas.
     La segunda plaza tenía una particularidad: en el centro se encontraba la capilla.  Cuentan los antepasados que fue la primera construcción, la que dio lugar al asentamiento.  Luego, el trazado urbano dispuso que en ese espacio debería ir una plaza.    Y así fue. 
Este era un hermoso lugar, lleno de flores y con un pequeño estanque donde una familia de patos anunciaba la llegada de visitantes.  Allí, don Domingo daba misa.  Venía una vez a la semana desde Reina, un pueblo vecino,  para cumplir con el rito eclesiástico y lavar de los pecados a una población que los tenía pero por omisión, por la incapacidad de cometer alguno.  
     Con tan poca cantidad de habitantes, los casamientos eran muy esporádicos, pero daba gusto verlos en este lugar tan particular.   Participaban todos los habitantes luciendo sus mejores ropas y las autoridades los uniformes de gala, reservado solo para ocasiones especiales.
     El transporte estaba a cargo de Don Jacinto, el remisero, que nos trasladaba en su lustroso sulky tirado por Esther la yegua más bonita y dócil que jamás se haya conocido. 
     La peluquería lo tenía a Don Crisostomo.  Como buen barbero y acicalador, su mejor función, era procesar la información de todo lo ocurrido en la comunidad.  Muchos  de sus clientes iban, no porque tuvieran una real necesidad de sus servicios, sino porque allí estaban los mejores y más actualizados comentarios de actualidad.  Era muy hábil, no solo daba información,  recreaba un ambiente de confianza y confidencialidad y obtenía mucha más de la que cedía.  Le daba muy buenos resultados.  Trabajaba todo el día y había logrado ser una de las personas con mejor situación económica.
      Don Juan estaba al frente de la oficina de correos y a cargo de su distribución.   Don Pérez era el médico y consejero y por supuesto, como buen pueblo de campo, no podía faltar la curandera.  Esta función la desarrollaba pacientemente Doña Braulia.  Ella solucionaba todos los males que Don Pérez no podía resolver:  embrujos, empacho, mal de ojos, culebrilla y otros.
     La fama de Doña Braulia había excedido la superficie de Zota, alcanzando no sólo la de pueblos vecinos sino, también; algunas localidades Europeas y Norteamericanas.  Es que la Doña se había perfeccionado  logrando extender y aplicar sus dones a través de Internet.  El poder de “Ña Braulia”, como se la conocía en el lugar, era tal que; entre otros, se comentaba en el pueblo que Walt  Disney no estaba en crioterapía; que ella lo tenía en estado de levitación temporaria hasta que   le perdonara no haberla convocado para Cenicienta.    También se decía que guardaba con vida en su cuarto de tercera dimensión, de  donde solo ella podía entrar y salir, a personajes como: Elvis Presley, Fred Mercury, John Lennon y otros.  ¡Y no se sorprendan! Porque la doña podrá haber sido del campo, pero bien que además del locro y la chacarera le gustaban el Jazz, el Rock y hasta el Metal Clásico que solía bailar montada en su escoba en las noches de cuarto creciente.  Y a propósito de luna.  Como buen pueblo del interior, además de los personajes, usos y costumbres; también estaban las creencias.  La más fuerte y temida era la de la luz mala.  Luz que presagiaba un terrible mal a quien la presenciara y que solía presentarse en noches despejadas de luna llena.
     Don Domingo y Don Pérez, insistían en que esto no era más que una creencia popular de las pampas.  Sostenían que lo que llamaban “luz mala”, no era otra cosa que el reflejo de la luna sobre algo humedecido por la condensación producida al anochecer.  Intimamente sabían que era una justificación científica.   Pero el paso de los años, la convivencia con convicciones tan fuertes, y hechos ocurridos en el lugar los hicieron socios del miedo que transmitía la visión de “la luz”.
     Don Juan había sido el último en haberla avistado.  Se le presentó después de una larga jornada de trabajo, en el camino de regreso a casa. No pasó mucho tiempo hasta que el presagio se cumpliera.  Dos días después de la visión, al pegar una estampilla a un sobre quedó el también adherido y viajó con el despacho postal hasta el correo central, donde después de largos esfuerzos lograron separarlo de la pieza.  A raíz de esta triste experiencia perdió el ombligo y temeroso,  por mucho tiempo, evitó salir en noches claras de luna llena; reprochándose una y mil veces no haber pedido el auxilio de La Braulia.
     Nada, o casi nada, había podido vencer a  la Doña.  Con la consabida salvedad de la muerte, había logrado superar todos los pedidos de auxilio.
Sorprendía verla, por ejemplo, curar el asma: Sólo hacía posar la planta del píe desnudo sobre un ombú.  Recortaba la corteza del árbol, la invertía, volviéndola a posar sobre el tronco y con la sola recomendación al paciente de que no volviera jamás a ese lugar, el mal desaparecía mágicamente.
     Esto fue así hasta que un día se presentó Celeste. Una adolescente, hija de los Gonzaga; planteándole que la noche anterior había visto la luz mala.  Muy temerosa de lo que pudiera sucederle, pidió auxilio.
    Era la primera vez que le presentaban ésta situación.  No sabía como resolverla, pero tampoco podía echar por la borda su fama.  Por lo tanto, le dijo a Celeste que podía solucionar su pedido con un conjuro y un brebaje, pero que el preparado de la poción llevaba un día; por lo que le pidió que volviera al siguiente en ayunas y montada a pelo en un zaino bizco (tenía que impresionar).
     Esa noche no durmió.  Recorrió todas sus experiencias. Consultó bibliografía, archivos, base de datos y evocó a Mara, su predecesora, con quien logro establecer contacto espiritual (ya no estaba entre los presentes), empleando la comunicación que le permitía el sistema de antenas parabólicas que había instalado hacia ya un tiempo.
     La búsqueda fue inútil.  No había remedio para este mal.  Fue así que la única solución posible que pudo sugerirle Mara  fue la de hacer un pacto con Mandinga.  Doña Braulia no solía hacer este tipo de tratos, es más no contaba con ninguno en su haber.  Pero esta situación la estaba superando. No habría más remedio que pactar con el diablo.  Ya amanecía y en breve Celeste acudiría a poner a prueba su fama.  Ante la falta de alternativas no tuvo más remedio. 
El resultado fue que Mandinga le concedió el poder con la condición de que la persona agraciada no llorara.  Mientras no lo hiciera, la maldición de la luz mala no se cumpliría; caso contrario ésta se ejecutaría de inmediato.  Y como yapa le agregó no contar ni comentar la condición (la de no llorar), a riesgo de que el castigo también se ejecutara instantáneamente.
    Así fue como Doña Braulia vio crecer su fama asociada a su poder de impedir la maldición y desgracias que seguían a la visión de la luz mala.
    Con el tiempo la curandera fue aplicando uno a uno a cada habitante del pueblo ésta concesión, hasta que no quedó nadie que no hubiera estado frente a la triste experiencia de visualizar la luz mala y de salvarse de sus consecuencias gracias a los conjuros de la salvadora.  Si hasta don Juan, cuando en un descuido volvió a toparse con ella, había acudido presuroso a solicitar los auxilios antes de entrar a la oficina de correos. ¡Menos mal que allí estaba la Doña que remediaba todo tipo de situaciones!.
     El tiempo parecía haberse detenido en Zota.    Pero solo parecía.  Las dimensiones del lugar.  La paz que se respiraba en él.  La ausencia de drogas y violencia  contribuían a recrear esa sensación.  El calabozo de la comisaría había sido utilizado solo una vez, cuando un forastero atrevido huía con uno de los patos de la plaza.  Los graznidos y la velocidad con que Don Ramiro se había desplazado en su bicicross, permitieron atrapar al bandido luego de una carrera corta en la que éste no ofreció resistencia.  Lo esposó y lo llevó detenido. ¡Valía la pena verlos seguidos por el pato!
     Los años se sucedieron.  Cada habitante del pueblo había aprendido a querer a La Braulia.  La Doña era muy buena y cada consulta era más que eso.  Las sesiones se prolongaban en largas charlas matizadas por interminables mateadas.  No cobraba.  Recibía regalos –gallinas, chanchos. tomates -, que cuando no alcanzaba a consumir, los canjeaba en el almacén del pueblo por otras cosas que necesitaba.
     Además de querida, era respetada.  Profundamente respetada y admirada.  Había echado un manto de protección sobre esta comunidad, lo había hecho con humildad y sabiduría.  No podía ser de otra manera.
     Una terrible noche de tormenta, la muerte bajó hecha relámpago y en Zota, donde la eternidad parecía haberse instalado hacía un tiempo, Doña Braulia dejó el pueblo para siempre. 
     La noticia se transmitió de inmediato a cada uno de los habitantes y se decidió montar el velorio en la capilla.  También sucedió, que la Doña había logrado instalarse de tal manera en los corazones de los habitantes de Zota, que; uno a uno y  a medida que se acercaban a verla, no podían evitar llorar.  Lloraban tanto que sus lágrimas brotaban de todo el cuerpo haciendo que los mismos se diluyan.  Y así fue como cuando vino Don Domingo a dar la misa sólo encontró en Zota un ataúd, los restos de Doña Braulia y agua....,mucho agua...... .


            

                                                                                  Peregrino




4 comentarios:

  1. IMPECABLE, Osvaldo!!! Una historia que contiene todos los ingredientes necesarios para enriquecerla. Las costumbres de pueblo, los personajes, las creencias y una fantástica cuota de imaginación. Como dicen mis amigos españoles: la bordaste, amigo!!! Un lujazo leerla! y ahora la leo otra vez!!! Abrazo y aplausos!!!

    ResponderEliminar
  2. Exquisito! no me queda otro adjetivo!!!!!!!!!!! un texto soberbio e impecable de principio a fin (sobre todo el fin!!!)
    Abrazos Peregrino!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar
  3. ¿Sabes Bee? fue uno de mis relatos, producto de un trabajo que nos había dado Myriam Boyer en su taller de escritura, pensé que lo habías leído. Me alegra mucho que te haya gustado. Abrazo

    ResponderEliminar
  4. Gracias Diana, por un momento temí que el fin no fuera de tu agrado. Gracias por estar siempre al igual que Bee. Abrazo Socia

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...