Hubo informes científicos que daban cuenta
que esta zona había estado bajo el agua por mucho tiempo. No teníamos ninguna evidencia de ello, ni la
necesitábamos.
En Zota lo teníamos todo. Desde la inmensidad hasta la escasez de
habitantes. De acuerdo a datos del
último censo realizado por Don Ramiro, el Maestro; sobrevivíamos a la soledad
poco más de ochenta habitantes distribuidos en dieciocho manzanas.
Hasta el clima nos favorecía: Cortos inviernos y veranos, prolongadas
primaveras y otoños. Poca lluvia, escaso
viento. Microclima, dirían los expertos.
Típico pueblo de campo, con una plaza central rodeada por el edificio
Municipal, (con Don Ramiro como intendente) y la comisaría (con Don Ramiro como
comisario). Sí, al principio se había
resistido, semejante concentración de responsabilidades era una carga enorme
para él. Además, no se concebían la suma
del poder político y de policía; pero la opinión popular pudo más. Y allí estaba Don Ramiro, durmiendo el sábado
o el domingo cuando el sargento primero hacía doble turno y lo relevaba de ésta
función. De las otras dos lo liberaban
la secuencia semanal: los fines de semana no daba clases y las puertas del
Municipio permanecían cerradas.
La segunda plaza tenía una particularidad: en el centro se encontraba la capilla. Cuentan los antepasados que
fue la primera construcción, la que dio lugar al asentamiento. Luego, el trazado urbano dispuso que en ese
espacio debería ir una plaza. Y así
fue.
Este era un hermoso lugar, lleno de
flores y con un pequeño estanque donde una familia de patos anunciaba la
llegada de visitantes. Allí, don Domingo
daba misa. Venía una vez a la semana
desde Reina, un pueblo vecino, para
cumplir con el rito eclesiástico y lavar de los pecados a una población que los
tenía pero por omisión, por la incapacidad de cometer alguno.
Con tan poca cantidad de habitantes, los casamientos eran muy
esporádicos, pero daba gusto verlos en este lugar tan particular. Participaban todos los habitantes luciendo sus
mejores ropas y las autoridades los uniformes de gala, reservado solo para
ocasiones especiales.
El transporte estaba a cargo de Don Jacinto, el remisero, que nos
trasladaba en su lustroso sulky tirado por Esther la yegua más bonita y dócil
que jamás se haya conocido.
La peluquería lo tenía a Don Crisostomo.
Como buen barbero y acicalador, su mejor función, era procesar la
información de todo lo ocurrido en la comunidad. Muchos de sus clientes iban, no porque tuvieran una
real necesidad de sus servicios, sino porque allí estaban los mejores y más
actualizados comentarios de actualidad.
Era muy hábil, no solo daba información,
recreaba un ambiente de confianza y confidencialidad y obtenía mucha más
de la que cedía. Le daba muy buenos
resultados. Trabajaba todo el día y
había logrado ser una de las personas con mejor situación económica.
Don Juan estaba al frente de la oficina de correos y a cargo de su
distribución. Don Pérez era el médico y
consejero y por supuesto, como buen pueblo de campo, no podía faltar la curandera. Esta función la
desarrollaba pacientemente Doña Braulia.
Ella solucionaba todos los males que Don Pérez no podía resolver: embrujos, empacho, mal de ojos, culebrilla y
otros.
La fama de Doña Braulia había excedido la superficie de Zota, alcanzando
no sólo la de pueblos vecinos sino, también; algunas localidades Europeas y
Norteamericanas. Es que la Doña se había
perfeccionado logrando extender y
aplicar sus dones a través de Internet.
El poder de “Ña Braulia”, como se la conocía en el lugar, era tal que;
entre otros, se comentaba en el pueblo que Walt
Disney no estaba en crioterapía; que ella lo tenía en estado de
levitación temporaria hasta que le perdonara
no haberla convocado para Cenicienta.
También se decía que guardaba con vida en su cuarto de tercera
dimensión, de donde solo ella podía
entrar y salir, a personajes como: Elvis Presley, Fred Mercury, John Lennon y
otros. ¡Y no se sorprendan! Porque la
doña podrá haber sido del campo, pero bien que además del locro y la chacarera
le gustaban el Jazz, el Rock y hasta el Metal Clásico que solía bailar montada
en su escoba en las noches de cuarto creciente.
Y a propósito de luna. Como buen
pueblo del interior, además de los personajes, usos y costumbres; también
estaban las creencias. La más fuerte y
temida era la de la luz mala. Luz que
presagiaba un terrible mal a quien la presenciara y que solía presentarse en
noches despejadas de luna llena.
Don Domingo y Don Pérez, insistían en que esto no era más que una
creencia popular de las pampas.
Sostenían que lo que llamaban “luz mala”, no era otra cosa que el
reflejo de la luna sobre algo humedecido por la condensación producida al
anochecer. Intimamente sabían que era
una justificación científica. Pero el
paso de los años, la convivencia con convicciones tan fuertes, y hechos
ocurridos en el lugar los hicieron socios del miedo que transmitía la visión de
“la luz”.
Don Juan había sido el último en haberla avistado. Se le presentó después de una larga jornada
de trabajo, en el camino de regreso a casa. No pasó mucho tiempo hasta que el
presagio se cumpliera. Dos días después
de la visión, al pegar una estampilla a un sobre quedó el también adherido y
viajó con el despacho postal hasta el correo central, donde después de largos
esfuerzos lograron separarlo de la
pieza. A raíz de esta
triste experiencia perdió el ombligo y temeroso, por mucho tiempo, evitó salir en noches
claras de luna llena; reprochándose una y mil veces no haber pedido el auxilio
de La Braulia.
Nada, o casi nada, había podido vencer a
la Doña. Con la consabida salvedad
de la muerte, había logrado superar todos los pedidos de auxilio.
Sorprendía verla, por ejemplo, curar el
asma: Sólo hacía posar la planta del píe desnudo sobre un ombú. Recortaba la corteza del árbol, la invertía,
volviéndola a posar sobre el tronco y con la sola recomendación al paciente de
que no volviera jamás a ese lugar, el mal desaparecía mágicamente.
Esto fue así hasta que un día se presentó Celeste. Una adolescente, hija
de los Gonzaga; planteándole que la noche anterior había visto la luz
mala. Muy temerosa de lo que pudiera
sucederle, pidió auxilio.
Era la primera vez que le presentaban ésta situación. No sabía como resolverla, pero tampoco podía
echar por la borda su fama. Por lo
tanto, le dijo a Celeste que podía solucionar su pedido con un conjuro y un
brebaje, pero que el preparado de la poción llevaba un día; por lo que le pidió
que volviera al siguiente en ayunas y montada a pelo en un zaino bizco (tenía
que impresionar).
Esa noche no durmió. Recorrió
todas sus experiencias. Consultó bibliografía, archivos, base de datos y evocó
a Mara, su predecesora, con quien logro establecer contacto espiritual (ya no
estaba entre los presentes), empleando la comunicación que le permitía el
sistema de antenas parabólicas que había instalado hacia ya un tiempo.
La búsqueda fue inútil. No había
remedio para este mal. Fue así que la
única solución posible que pudo sugerirle Mara
fue la de hacer un pacto con Mandinga.
Doña Braulia no solía hacer este tipo de tratos, es más no contaba con
ninguno en su haber. Pero esta situación
la estaba superando. No habría más remedio que pactar con el diablo. Ya amanecía y en breve Celeste acudiría a
poner a prueba su fama. Ante la falta de
alternativas no tuvo más remedio.
El resultado fue que Mandinga le concedió
el poder con la condición de que la persona agraciada no llorara. Mientras no lo hiciera, la maldición de la
luz mala no se cumpliría; caso contrario ésta se ejecutaría de inmediato. Y como yapa le agregó no contar ni comentar
la condición (la de no llorar), a riesgo de que el castigo también se ejecutara
instantáneamente.
Así fue como Doña Braulia vio crecer su fama asociada a su poder de impedir
la maldición y desgracias que seguían a la visión de la luz mala.
Con el tiempo la curandera fue aplicando uno a uno a cada habitante del
pueblo ésta concesión, hasta que no quedó nadie que no hubiera estado frente a
la triste experiencia de visualizar la luz mala y de salvarse de sus
consecuencias gracias a los conjuros de la salvadora. Si hasta don Juan, cuando
en un descuido volvió a toparse con ella, había acudido presuroso a solicitar
los auxilios antes de entrar a la oficina de correos. ¡Menos mal que allí
estaba la Doña que remediaba todo tipo de situaciones!.
El tiempo parecía haberse detenido en Zota. Pero solo parecía. Las dimensiones del lugar. La paz que se respiraba en él. La ausencia de drogas y violencia contribuían a recrear esa sensación. El calabozo de la comisaría había sido
utilizado solo una vez, cuando un forastero atrevido huía con uno de los patos
de la plaza. Los graznidos y la
velocidad con que Don Ramiro se había desplazado en su bicicross, permitieron
atrapar al bandido luego de una carrera corta en la que éste no ofreció
resistencia. Lo esposó y lo llevó
detenido. ¡Valía la pena verlos seguidos por el pato!
Los años se sucedieron. Cada
habitante del pueblo había aprendido a querer a La Braulia. La Doña era muy buena y
cada consulta era más que eso. Las
sesiones se prolongaban en largas charlas matizadas por interminables
mateadas. No cobraba. Recibía regalos –gallinas, chanchos. tomates
-, que cuando no alcanzaba a consumir, los canjeaba en el almacén del pueblo
por otras cosas que necesitaba.
Además de querida, era respetada.
Profundamente respetada y admirada.
Había echado un manto de protección sobre esta comunidad, lo había hecho
con humildad y sabiduría. No podía ser
de otra manera.
Una terrible noche de tormenta,
la muerte bajó hecha relámpago y en Zota, donde la eternidad parecía haberse
instalado hacía un tiempo, Doña Braulia dejó el pueblo para siempre.
La noticia se transmitió de inmediato a cada uno de los habitantes y se
decidió montar el velorio en la capilla. También
sucedió, que la Doña había logrado instalarse de tal manera en los corazones de
los habitantes de Zota, que; uno a uno y
a medida que se acercaban a verla, no podían evitar llorar. Lloraban tanto que sus lágrimas brotaban de
todo el cuerpo haciendo que los mismos se diluyan. Y así fue como cuando vino Don Domingo a dar
la misa sólo encontró en Zota un ataúd, los restos de Doña Braulia y
agua....,mucho agua...... .
Peregrino
IMPECABLE, Osvaldo!!! Una historia que contiene todos los ingredientes necesarios para enriquecerla. Las costumbres de pueblo, los personajes, las creencias y una fantástica cuota de imaginación. Como dicen mis amigos españoles: la bordaste, amigo!!! Un lujazo leerla! y ahora la leo otra vez!!! Abrazo y aplausos!!!
ResponderEliminarExquisito! no me queda otro adjetivo!!!!!!!!!!! un texto soberbio e impecable de principio a fin (sobre todo el fin!!!)
ResponderEliminarAbrazos Peregrino!!!!!!!!!!
¿Sabes Bee? fue uno de mis relatos, producto de un trabajo que nos había dado Myriam Boyer en su taller de escritura, pensé que lo habías leído. Me alegra mucho que te haya gustado. Abrazo
ResponderEliminarGracias Diana, por un momento temí que el fin no fuera de tu agrado. Gracias por estar siempre al igual que Bee. Abrazo Socia
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