Gris, solitario, frío, húmedo, oscuro... Podría
seguir asignándole calificativos y, aun así, no sería posible describir la situación de desamparo e indiferencia de
aquel instituto.
Nos traían sus pies y con ellos venía su alma. ¿Cómo había llegado a establecerse el vínculo?
No lo sé.
No se les permitía ser atendido por el mismo
profesional, pero él lo lograba, no sé
cómo pero sorteaba la
restricción una y otra vez. Y… allí estaba, frente a mí…
No me hacía bien, tampoco se lo haría a el. Pero como hacérselo entender, como no
agudizar aún más ese débil equilibrio que, fugazmente, lo mantenía entre los cuerdos.
Fue durante una de esas intermitencias, creo, que
comenzó a confesarme que había sido muy afortunado hasta que tuvo esa desgracia. Hasta que esos seres maravillosos lo
transportaron a Chernobyl…
Lo contaba tan convencido que me hacía pensar seriamente
de donde podría haber obtenido tanta información como para un relato tan detallado y preciso…
¿Por qué tendría que quedarme con la duda? ¡En
esta época donde nadie es anónimo! Me bastó con hurgar algunos datos de su
ficha personal y luego navegar un poco…
No dejaba de cuestionarme ¿qué era lo que estaba
haciendo? ¡Era un paciente! ¡No era
ético…! Me lo seguía repitiendo una y mil veces y otras tantas la curiosidad me continuaba venciendo… Así
pude saber que había sido un martillero reconocido en la zona sur del Gran
Buenos Aires, con una esposa docente, sí esa que lo visitaba cada fin de semana,
y un pequeño varón de seis años…
Ahora era yo quien lo buscaba y preguntaba:
-¿Y como fue el viaje? ¿Qué viste en Chernobyl?
Y me seguía respondiendo como si estuviera volviendo
a vivir la situación. Con una precisión y exactitud sorprendentes me describía
el terreno arrasado, los habitantes quemados por la radiación, el agonizante
lamento de los moribundos; los árboles rojos…
-Solo me preocupa seguir aquí, solía decirme, porque
sé que vendrán por mí, ellos me lo aseguraron…
Al cuestionarme lo que estaba haciendo me
preguntaba cual era la línea que separaba la cordura de la locura. Era difícil
poder creer que alguien en pleno uso de
razón pudiera mantener a esta gente en
las condiciones en las que se encontraban…
Recordaba lo que solía preguntarse un exitoso monologuista contemporáneo respecto de cuales eran malas
palabras: Si boludo o puto, o miseria o hambre…
Ya había comenzado a pasar la semana esperando la
llegada del sábado por la mañana para encontrarlo Inconscientemente, quizá, buscaba en la razón
de sus argumentaciones la cordura que le permitiera recuperar su vida, esa que
desesperadamente esperaba encontrar su pareja en la visita de cada fin de semana.
No fue necesario levantar la vista para saber que
hoy no estaba aquí… Tuve otros píes y
mucha angustia. Evité preguntar, no fue
necesario, los comentarios no se hicieron esperar. Para algunos había desaparecido, para otros
se había escapado. Para mí, simplemente,
había viajado...
Peregrino
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