Reconocido y admirado por la fidelidad de sus trabajos,
comenzó a alarmarse cuando se enteró que el marinero al que le había tatuado la
soga en el cuello murió ahorcado… Poco tiempo después falleció, picado por un
alacrán, otro cliente al que le había realizado la imagen…
No esperó el tercer caso, inmediatamente modificó el suyo y
la daga sobre su brazo se transformó en un inofensivo faro marino…
Temeroso, redujo la calidad de sus imágenes y comenzó a
perder clientes. En tanto, el faro se desdibujaba y volvía a aparecer, cada vez
con más fuerza, la imagen de una daga poderosa; amenazante…
Una y otra vez tomaba sus instrumentos y volvía a trabajar
la figura hasta lastimarse. Muy a su pesar, la imagen original volvía a
la superficie cada vez con más fuerza. Tomó, entonces, la decisión fatal, iría a
fondo; levantaría toda la piel hasta que
no quedaran rastros de la maldita tinta…
Sumergido en un profundo sopor y, rodeado de un charco
escarlata, admira el logro. Su brazo estaba libre, la filosa daga ya no aparecía sobre su
piel; ahora estaba en sus manos cubierta de una tinta, con un extraño tinte rojizo…
Peregrino
Muy inquietante, Osvaldo, y con la precisión justa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sete.
Gracias, me encantó eso de "inquietante" ¿no tendrás tatuajes,digo,no...? Besos
EliminarMuy inquietante, Osvaldo, y con la precisión justa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sete.