Cuentos de Peregrino

Un lugar de encuentro con los sueños y las fantasías...

martes, 4 de marzo de 2014

Compartiendo




Otra vez el invierno se abatía cruelmente sobre ella, cada día era un desafío de subsistencia;  no conocía la rutina. Procuraba cartones para protegerse mejor durante la noche, no era fácil,  ahora que mucha más gente vivía de recolectarlos.  Sabía que los mejores refugios  eran las estaciones de subtes pero  no soportaba pensar que quedaría encerrada toda la noche.
Lo descubrió durante una mañana muy fría,  aquellas donde los huesos te hacen saber hasta donde llega la temperatura.  Estaba acurrucado entre dos perros, se cruzaron las miradas e inmediatamente se entrelazaron en un dialogo sin palabras, fue suficiente para entablar una relación de aventuras.  Desgarbado, procuraba achicar los dedos de sus pies para que no escapen por los agujeros del calzado. De todas maneras, a los ojos de Ramona, su compañero lucia como un príncipe…
En sus códigos,  las presentaciones se  resumían a conocer sus nombres. Así supo que se llamaba Martín. Cuando fue su turno, un súbito impulso femenino la llevó a hacerse llamar Laura.  Se unieron en su primer necesidad: Procurar alimento, sobre todo algo caliente. 
Miraban a través de los vidrios a aquellos parroquianos sentados en las mesas de los bares disfrutando de desayunos fuera de su alcance.  Contaron sus monedas y concluyeron que, con lo que tenían,  podrían compartir un café con leche y una media luna. 
Ingresaron al bar y eligieron la mesa del rincón, aquella que les evitaran esas miradas que los escrutaban como si fueran seres de otra especie.
Pendientes de sillas desproporcionadas, los piececillos de ambos bailaban al compás de su enorme alegría.
La taza iba y venía cuidando copiar  la prolongación del sorbo de su compañero. Disfrutaron de la bebida, pero la medialuna seguía allí, a la espera que uno de ellos se atreviera a repartirla.  Ramona (Laura), le ofrecía a su compañero que lo hiciera y este, gentilmente, le devolvía el pedido.
Cuando Martín optó por tomarla, ella se convenció que el hambre  había podido más,  en tanto; le clavaba la mirada siguiendo el desplazamiento de las manos sobre la factura para controlar que el corte fuera justo.
Contuvo el grito de queja, porque veía con dolor que las manos de su compañero no hacían un corte equitativo;  en el preciso instante que recibía, generosamente, el trozo más grande… Devolvió el gesto y, así, el juego del reparto se prolongó, casi infinitamente, hasta la última miguita.
Sin saberlo,  habían comenzado a descubrir que compartir era mucho más que repartir…


                                              Peregrino

7 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Peregrino, amigo, me has llenado de ternura con la lectura de este estupendo relato. Por el tema que trata, la mendicidad y la necesidad que tienen dos personas de compartir y estar acompañados en terrible circunstancia. Está lleno de detalles minuciosos y de tiempo detenido. Me ha encantado. Muchas gracias. Lo comparto en Google.
    Un abrazo.
    Sete.

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    1. Gracias Setefilla, no es el primero en esta línea y parte de la visión de una chiquilla de ocho o nueve años que vi en el subte de Buenos Aires. Un abrazo

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  3. Cuando el Amor supera todas las miserias y te hace aprender otra palabra maravillosa: Compartir ¡Muy hermoso!!!!

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    1. Gracias por pasar "Anónima" y sí, creo que compartir es uno de los pilares del amor. Gran abrazo

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